14 Junio 2013
Querida Patricia:
De nuevo me siento frente al ordenador para continuar el relato de los recuerdos que aún conservo de unos años ya tan lejanos y, a la vez, tan próximos.
La vida, cuando somos niños, nos parece infinitamente larga, eterna. A medida que vamos avanzando por ese camino, la percepción que tenemos del tiempo se va modificando, de manera que cuando llegamos a la edad en la que ahora estoy, además de tener la sensación de que el tiempo se nos escurre entre los dedos como lo hacen los finos granos de arena de las playas gaditanas, aquellos años de la niñez nos parecen cercanos. Es entonces cuando nos damos cuenta de que la vida es muy corta.
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Cuando regresé
a Granada aún no había cumplido los seis años.
Tenía un nuevo hermano, aunque mis primeros recuerdos sobre él
son de un par de años más tarde.
Había
sido nombrado un nuevo maestro para la escuela del barrio y cuando me incorporé,
en el mes de Enero, me costó algún trabajo hacerme a la nueva situación.
De los años
1960 a 1964, como antes te he comentado, mis recuerdos no son tan
nítidos como los anteriores, así
que es posible que mi relato a partir de ahora no siga un orden
cronológico.
La vida en el barrio
era tranquila. En la temporada escolar asistíamos a la escuela
por la mañana y por la tarde. Apenas teníamos tiempo
para jugar, con excepción del sábado por la tarde y el
domingo. Cuando los días se iban alargando, ese tiempo de
juego se ampliaba, hasta la fecha en la que nos daban las
vacaciones, si no recuerdo mal, a finales del mes de Mayo. El período
vacacional era largo, -volvíamos a las clases en Octubre-, por
lo que disponíamos de tiempo suficiente para disfrutar de la
libertad que nos proporcionaba vivir en un entorno colindante con la
vega.
Pronto llegó un nuevo hermano, por lo que los mayores, -mis hermanas y yo-,
empezamos a asumir algunas responsabilidades en la casa. Nos
encargábamos de cuidar a los más pequeños y realizar otras
actividades, como ir a las cortijadas cercanas para comprar leche, huevos,
frutas y otro tipo de productos que se cultivaban en aquella zona de
la Vega de Granada. De estas últimas tareas me encarga yo.
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Querida Patricia:
Esta vez he tardado algo más en comunicarme contigo, pero aquí estoy de nuevo decidido a continuar "hurgando" en mi memoria y seguir compartiendo contigo los recuerdos de mi niñez.
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La
calle “A”, o primera, de nuestra barriada, estaba situada frente al río
Beiro, de ahí que a la Barriada de la Juventud también
se la conociese como “El Beiro”
Desde
las aceras de la calle hasta el río habría unos 70 u 80
metros. Inmediatamente después de la acera, había un
espacio de unos 4 o 5 m. cubierto de pequeñas piedras,
-chinos-, redondeadas que se extraían de las arenas de los ríos.
Cumplían la misión de evitar, en la medida de lo
posible, los barrizales en la época de lluvia y las polvaredas
en las de estío.
Desde
el límite de aquella calle al río existía una
primera hilera de árboles, uno o dos frente a cada casa. Eran
principalmente falsas acacias, alguna acacia, un par de catalpas y
otro par de amelias, a los que posteriormente se unieron algunos árboles de morera, situados en una hilera a pocos metros de la anterior. Más allá de los árboles de morera se extendía un espacio de unos 55 metros sin chinos; había, algo más allá, otra hilera de
árboles, -acacias, falsas acacias y algún que otro
olmo-, éstos ya muy cerca del cauce del río.
Colindando con la ribera del Beiro se levantaba una tapia que delimitaba una antigua
fábrica de azúcar de la que creo ya te he hablado con
anterioridad. Para salir de la barriada teníamos un puente.
Atravesado el mismo, existían dos carriles: uno, a la derecha,
que discurría entre las entradas a la antigua fábrica
de azúcar y a los depósito que allí tenía
la CAMPSA, [nosotros “traducíamos” estas siglas como
Carne
Asada
Masticada
Podrida
Se
vende Aquí].
El otro, a la izquierda, era un estrecho carril que discurría
entre el río y una vía de ferrocarril que, desde la
estación de RENFE, llegaba a los depósitos de CAMPSA.
Este carril estaba a un nivel bastante superior, -que se iba
incrementando a medida que se acercaba a una carretera denominada
Camino de Ronda-, al del río o la vía. Más allá del Camino de Ronda, [era la carretera que ponía en conexión
la que unía Granada y Málaga por el interior, con la
que lo hacía con la costa granadina], se encontraba la
estación de ferrocarril.
En
el año 1963 se produjeron unas tremendas inundaciones que afectaron de manera muy especial al Sacromonte granadino.
Muchas de las cuevas quedaron totalmente derruidas, otras totalmente
inhabitables y sólo algunas quedaron casi indemnes. Los
habitantes del Sacromonte, en su mayoría de etnia gitana,
tuvieron que ser desalojados y reinstalados en varias lugares de la
ciudad.
Uno
de ellos fue la antigua fábrica de azúcar, -o de
pólvora, como nosotros la conocíamos-, situada frente a
nuestro barrio, que empezó a denominarse "El Chinarral". Creo recordar camiones militares que llegaban cargados
de hombres, mujeres y niños. El ejercito instaló en los
terrenos de la fábrica tiendas de campaña, donde se
cobijaban las familias. Poco después se empezaron a construir
pequeñas casas de ladrillos, hasta que aquellos amplios
terrenos de la fábrica se convirtieron en un poblado marginal
que se mantuvo durante muchos años. A sus habitantes los
conocíamos como “los damnificados”.
Ello
cambió mucho nuestras vidas, perdiendo una buena parte de
aquella plácida libertad de la que disfrutábamos en
aquel idílico barrio.
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Pedro L. Alcántara
pedroleopoldoalcantara@gmail.com
facebook.com/pedroleopoldo.alcantara
https://twitter.com/PedroLeoAlcanta
Fuentes:
Texto:
- "Cartas a Patricia" - Colección privada. (R. Viladomat)
Fotografías:
facebook.com/pedroleopoldo.alcantara
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Fuentes:
Texto:
- "Cartas a Patricia" - Colección privada. (R. Viladomat)
Fotografías:
- Colección privada. (R. Viladomat)
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